top of page
Buscar
  • Foto del escritorClaudio Roldán

La Despedida

Actualizado: 17 oct 2020


La gran casa zoológico se encontraba al final de la calle, hacia la salida del pueblo, poca era la gente que transitaba por ese lugar. Nos habían dicho que vivía una señora acompañada solo de sus mascotas que causaban algo de alboroto y se comportaban de forma agresiva.

Dora abrió la puerta, vestía solo con un camisón del que dejaba ver una teta algo irritada, de cierto color que parecía haber sufrido alguna quemadura. Le pregunté inmediatamente qué le ocurrió y solo atinó a tapar su desnudez y a clavarme una mirada que no permitía confianza alguna. Nos hizo una señal con la mano como invitándonos a pasar, pero en la entrada a la casa un olor intenso nos retuvo, pareciera que la misma muerte se había echado un pedo en nuestras caras. Cubrí mi rostro disimuladamente, Lorena hizo lo mismo, se hacía casi imposible respirar. Al pasar por la puerta el hedor se intensificó aún más y en un instante, alrededor de doce gatos, se acercaron a nosotras. En ese momento quise salir corriendo, por alguna razón ver a tantos gatos en la misma habitación me generaba algo de miedo. Me pegué lo más que pude a Lorena y caminé junto a ella hasta llegar al comedor de la gran casa, el olor nos seguía por todas partes, parecía salir de las paredes o elevarse del suelo como un vapor caliente. Nos ofreció mate, el cual rechazamos. Luego, nos dispusimos a hacer aquello por lo que habíamos visitado a Dora.

Lorena comenzó con la preguntas, yo seguía sorprendida mirando en todas direcciones y mientras más observaba más gatos aparecían, pero ningún perro.

Le explicamos a la señora que el gobierno de la ciudad se iba a hacer cargo, que todos los perros estarían bien cuidados y no les faltaría nada, la perrera a la que serían trasladados contaba con todas las condiciones necesarias para mantener el buen estado de salud y la alimentación de todos los canes. Necesitábamos ver dónde estaban y cuántos eran, por las descripciones de los vecinos eran demasiados, pero yo seguía sin ver alguno.

Dora se puso de pie y dijo que la sigamos nuevamente por un pasillo largo que llevaba a un patio interno donde se preparaba al fuego una olla grande con comida y desde donde se oían los ladridos de los perros.

Detrás de una puerta que se abría por dos mitades, una de abajo y otra de arriba, se encontraban más de cien perros, de todos los tamaños y colores posibles, algunos más sarnosos que otros. Se abalanzaron sobre Dora lamiéndola por todos lados, mientras ella los acariciaba, era la hembra alfa de la jauría. Nos dijo que pasáramos, pero ni Lorena, ni yo, quisimos acercarnos demasiado, porque los vecinos contaban que los animales protegían a Dora de los extraños y no dejaban que ninguno se le acerque, así que preferimos guardar distancia. Mantuvimos la puerta cerrada por el lado de abajo, para que ningún perro saliera y mientras la señora jugaba con ellos, Lorena los contaba y rellenaba unas planillas. Yo seguía observando, esta vez hacia el otro extremo del pasillo donde se reunían más y más gatos. Comenté con Lorena que a pesar de que llevaríamos a los perros a la perrera, aún quedarían todos los gatos, que no hacían nada salubre la vida para la señora. Los vecinos nunca mencionaron a los gatos. Habría que pedir asilo para ellos también.

Luego de hablar con Dora y ver en las condiciones en las que vivía, decidimos cancelar el transporte que llevaría a los perros ese mismo día para hacernos con algo de tiempo y así conseguir un camión más para trasladar a los gatos. Nos dispusimos a ir al centro de ayuda para luego contactar con la perrera y otras asociaciones que podrían ayudarnos. Lo conseguimos, así que fijamos como fecha para el traslado el día siguiente.

Por la mañana, volvimos a la gran casa con los camiones cargados con las jaulas en las que transportaríamos a los animales. Al llegar nuevamente a la residencia vimos cómo dos vecinos gritaban por ayuda e intentaban ingresar a la fuerza por una de las ventanas. Dijeron que vieron a Dora tirada en el suelo y que parecía estar inconsciente. Los chicos que venían con nosotras se dispusieron a forzar la puerta de entrada y al lograr abrirla vimos la escena más traumatizante de nuestras vidas. La anciana se encontraba tirada en el suelo del comedor bañada en sangre. No tenía puesta ninguna ropa, en las piernas y en los brazos tenía cortes que parecían haber sido hechos con un cuchillo, tenía mordeduras en los hombros y en el abdomen. Uno de los perros estaba muerto, tirado al lado del cuerpo de la anciana con todas las tripas por fuera y otros más, peleando por sacar el resto de entrañas para luego poder comérselas, uno de los más pequeños, estaba mordiendo la mano izquierda de la mujer, mientras otro se encontraba pegado a su vagina por haber fornicado con ella. Los animales estaban todos alborotados, ladraban y no podíamos acercarnos demasiado. Salí huyendo del lugar, desesperada por lo que acababa de ver y al instante me invadió la rabia; si tan solo los hubiéramos llevado ayer a todos los perros, Dora no sería el último plato de despedida, pero no contábamos con los gatos.

87 visualizaciones1 comentario

Entradas Recientes

Ver todo

Noches

Ey macho

bottom of page