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  • Foto del escritorClaudio Roldán

El pecado según Eva

Actualizado: 15 dic 2020


Esa tarde, el Edén se encontraba revuelto, estábamos a los gritos cuando todo el cielo se cubrió de nubes densas y escandalosas. Escuchamos los truenos, sabíamos que venía, pero ni siquiera imaginábamos lo que nos esperaba. No puedo negar que sentí miedo, en ese momento no sabía lo que era, pero estaba convencida de que mi padre iba a perdonarnos; después de todo, no era tan grave, o tal vez sí.

Cuando llegué al Edén, muchas cosas ya se encontraban allí. Adán llevaba algunos años viviendo solo, teniendo todo, absolutamente todo para él, pero mi padre se empecinó con la idea de que aún le faltaba algo más para estar realmente completo, fue por eso que me trajo. Yo debía ser la pieza faltante, el último eslabón, o el primero, yo debía ser parte de él, ser uno solo, pero nunca me preguntaron si yo quería acompañar a Adán en aquella tarea de ser los padres de la humanidad, me pusieron allí y nos dejaron solos.

Solíamos recibir visitas, de vez en cuando iban algunos ángeles a vernos, el que más nos visitaba era Lucero, el ángel más hermoso que pudiera existir, se veía grande y fuerte, no como el desnutrido de Adán. Solía pasar mucho tiempo con él, comenzó a ir cada tarde y, durante nuestros encuentros, Lucero me enseñaba las cosas del mundo y cómo debía llamarlas. Nos hicimos grandes amigos y eso parecía molestar mucho a mi compañero; así que un día, con la intención de que me regañaran, se lo dijo a mi padre.

Conociendo a la perfección los sentimientos que empezábamos a experimentar, papá nos explicó algunas cosas propias de los seres humanos. Yo aún era demasiado joven para entender lo que nos quería decir, además de que él, siempre hablaba con metáforas que nunca nadie comprendió. Dijo que yo era un fruto prohibido al que le faltaba madurar, que debía esperar y no ser tentada por los deseos de la carne y, en cuanto a Adán, le dijo que él era el responsable de ayudarme a crecer, que él debía cuidar de mí, que nadie, absolutamente nadie, podía probar del fruto.

Por primera vez me sentí protegida, necesaria y quería decírselo a Lucero. Ese día lo esperé por horas y cuando por fin apareció, corrí a su encuentro para contárselo todo. Lucero dijo que papá tenía razón y que debía pasar más tiempo con Adán y no con él, dijo que dejaría de visitarme hasta que yo creciera lo suficiente, porque comenzaba a sentir cosas que no eran propias de un ángel. Yo también sentía cosas por él y no quería que dejara de verme. A su lado me sentía segura, comprendida; así que lo hice, en un arrebato de emociones, besé a Lucero y no me detuve, él tampoco lo hizo y lo seguí besando y fui la mujer más feliz de la tierra o tal vez la única. Continuamos hasta que mi cuerpo comprendió a quién le pertenecía, pero después de hacer aquello que nos era negado, Lucero salió volando en busca de Adán, le contó lo que había pasado, le dijo que la responsabilidad era suya, que nuestro padre se lo había encargado y que debía soportar todo el peso del castigo divino. Después entendí que Lucero no era quién yo pensaba, ni siquiera sentía lo que yo sentía por él y por primera vez en la vida, le rompieron el corazón a alguien.

Adán fue por mí inmediatamente, y al encontrarme, lanzó un grito que se escuchó a lo largo de toda la llanura. Me agarró de los brazos con fuerza y dijo que él debía ser el primero, que yo era de su propiedad, que por eso fui llevada al Edén; para estar con él y no con otro. Luego, me tiró al suelo, me golpeó en la cara y comenzó a tocarme por todos lados con una brutalidad que nunca entendí. Y seguía gritándome, me llamaba sucia, puta, después me besó a la fuerza y seguía tocándome desesperadamente. En un instante, abrió mis piernas como quien se abre paso para escapar de la tumba después de haber sido enterrado vivo, y se dispuso a penetrarme una y otra vez hasta quedar satisfecho. Toda la felicidad que había experimentado por primera vez en la vida, se había esfumado en un segundo. A partir de ese momento, ambos estaríamos condenados, expulsados por nuestros actos; yo, por el impulso de sentir cerca a Lucero, guiada por eso que no conocía y que luego alguien llamó amor y Adán, lleno de rencor, por no haber sido el primer hombre de la primera mujer a la que tuvo que someter, consciente de la prohibición que había puesto mi padre.

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